Historia de un carnavalero: así vivió la edición de 2024 (en primera persona)

Esta ha sido, para muchas de las familias, una nueva edición del Carnaval de Leganés (hay quien ya va por la décima, imaginaos). Para mi mujer, mi hija y yo, sin embargo, era la primera y como tal la vivimos, de principio a fin, junto al resto de amig@s del AMPA. Y eso que…

No nos íbamos a apuntar

Inicialmente no lo teníamos claro. Lo típico: no sé si vamos a tener tiempo, no se coser y las manualidades no son mi fuerte… Pero, por suerte, contamos con un grupo de madres y padres (gracias, de antemano, por insistir) que no dejaron de recomendarnos que nos apuntáramos (en quedadas en el cine, en Halloween o charlando en la fila de los niños al entrar a clase), que era una experiencia que merecía la pena y que, cuánta razón tenían, nos íbamos a arrepentir si no lo hacíamos.  

Y dimos el paso: nos inscribimos

Para nosotros, la aventura empezó en ese momento, rellenando el formulario, no siendo así en el caso de sus creador@s, para l@s que empezó tiempo atrás. 

Y es que, el proceso de creación de lo que se pudo ver, pese al mal tiempo, en las calles de Leganés se inició a mediados del mes de septiembre. Tanto la idea inicial como los primeros bocetos de los trajes que lucimos en el desfile, con un arte que ‘pa que’, eran ya una realidad en esos meses iniciales del curso (doy fe, ya que pude ver uno de los primeros diseños). Esos en los que, todavía con el “jet lag” del verano, el resto de padres y madres tratábamos de sumergirnos de nuevo en la rutina escolar y laboral (y eso que ya había pasado tiempo desde las vacaciones). 

Tras la inscripción, el tiempo fue pasando…

En concreto, fueron unas pocas las semanas que quedaron atrás sin que llegaran noticias del Carnaval. En ellas, y como novato en esto, me empecé a poner un pelín nervioso y, como no, a tener dudas. Me pregunté a mi mismo, y más de una vez, si había hecho bien metiéndome en aquello y si, dado que no las tenía todas conmigo, estaría a tiempo de dejarlo. No iba afectar que yo no estuviese… con lo patoso que soy bailando… y encima no se coser y las manualidades… ¡Por John Wick que no soy un virtuoso de la pistola de silicona! Sin embargo, había algo en mi interior que me impedía que lo dejase, por si luego me arrepentía…. 

¡Y llegó el día! 

El sonido de una gota de agua (era el que tenía asignado a las notificaciones de mi móvil) me avisó de que había recibido un mensaje instantáneo de WhatsApp. Lo miré y… ¡allí estaba! Era el chat grupal del Carnaval del Quevedo 2024 (creado para dudas y sugerencias… y de todo un poquito). Desde el AMPA se daba el pistoletazo de salida oficial a los preparativos para la nueva edición.

A coser se ha dicho

Poco tardó el chat en ponerse “on fire”, con bromas y gritos de ánimo, que se hicieron más abundantes y animadas el 19 de diciembre con el avisó de la entrega de los primeros materiales (preparados en los días anteriores). Manos inocentes se habían encargado de separar y embolsar, con infinita paciencia, todo lo que se iba a necesitar para comenzar a elaborar los disfraces y que, en los dos días posteriores (20 y 21 de diciembre), se daría a las familias para que pudiesen comenzar a trabajar en las vacaciones de Navidad.

En mi caso, fue mi mujer la que se encargó de recoger las bolsas en el AMPA y traerlas a casa. Yo, por mi parte, fui avisando a mi madre de que “calentase” la máquina de coser (sería ella, sin duda, la que se encargaría de dar vida a los trajes de “centro”, el mío, y “fuego”, el de mi hija y mi mujer). Comprobamos que no nos faltaba nada (comparando lo que había con la lista que se pasó desde el AMPA) y, al ser así, se lo llevamos a la “costurera” (así la llamaré a partir de ahora). A los pocos días, se enviaron los primeros tutoriales (muy currados, por cierto) que en Navidad le rebotamos a la costurera para que empezará a visualizarlos. 

Llegados a este punto, quiero “poner en valor” su compromiso, y el de todas las abuelas, con el Carnaval. De no ser por ellas, muchos, yo el primero, no hubiésemos podido participar. En mi caso concreto, mi madre estaba tan metida que, como curiosidad, os puedo decir que llegó un día super nerviosa a dejar a la niña en casa porque había estado con “la de los vídeos” (pensaba que Rosa era una influencer, al estilo de Dulceida). ¡Rosa, en ella tienes ya una fan incondicional! 

¡Llegan las primeras pruebas!

Transcurrió la Navidad, con sus reuniones en torno a una mesa (en las cenas de Nochebuena y Nochevieja) y con esa ilusión que nos lleva a levantarnos de la cama y salir “pitando” a ver qué regalos ha dejado Papá Noel en el árbol… y arrancó el año 2024. 

De su mano, y con las clases ya empezadas, empezaron a llegar al grupo de WhatsApp los avances que las familias iban haciendo en sus trajes. Hay quien colgó las fotos de sus alas de fuego, de su falda de centro… Y lo hicieron, en muchos casos, acompañados de las dudas que iban surgiendo según avanzaba el proceso. Estas, sin pausa y lo antes posible, fueron resueltas por las creadoras de la Sinfonía de los Elementos que, en paralelo y junto a miembros del AMPA, se afanaban en cortar y clasificar el material que se iba a incluir en la segunda remesa (que llegaría a nuestras manos al poco tiempo) y en grabar y editar los vídeos que explicaban, con sumo detalle, lo que hacer con él. 

En nuestro caso, la costurera avanzaba a buen ritmo. A estas alturas, ya había hecho lo que podía con las alas de fuego y la falda de centro, y estaba inmersa en los trajes de fuego. A su lado, de ayudante, estaba mi padre, cuyo trabajo era pasar lo que iba necesitando y, alguna que otra vez, salir a buscar lo que no quedaba o no había. Nosotros, en las visitas que les hacíamos, veíamos los avances y escuchábamos los dimes y diretes que nos contaban (algunos, por cierto, la mar de graciosos). ¡Lo que nos pudimos reír!

¿Quién ha dicho baile?

Si bien es cierto que los trajes iban a ser una parte importante del espectáculo, no lucirían igual por las calles de Leganés sin una coreografía que los “diese vida”. Y esta se conoció, con 2 vídeos de adelanto, el 12 de Enero.

Tengo que admitir, sin vergüenza alguna, que al verla por primera vez… me acongojé. Probé una segunda, por si estaba exagerando y no era para tanto… y me acongojé más. ¿Cómo voy a hacer estos pasos si tengo “dos pies izquierdos”? Una cosa es bailar a mi aire y sin que nadie me mire y otra es hacerlo en público y en base a una “coreo”. En pleno momento de pánico, mi mujer entró por la puerta con una cara que, si bien no era igual, se parecía mucho a la mía. Estábamos… 

Y la cosa no mejoró cuando, 2 días después, nos llegó el audio al completo: Imagine Dragons, Ana Mena, Sebastian Yatra, Shakira,… ¡Para qué más! Lo que en principio parecía un baile tranquilo y sencillo, se aceleraba con la entrada de la canción de Madrid City y, medio minuto después, se volvía a acelerar con ‘Vagabundo’ de Sebastian Yatra. Y había más… pero no jugaba a nuestro favor.

¡A ensayar se ha dicho!

En esta vorágine que incluía el aprendizaje de los bailes, la recogida y envío de los nuevos materiales y las pruebas que requería la costurera (para ver si iba por buen camino), llegó el primer día de ensayo. Un viernes para el que, a lo largo de la semana, traté de aprenderme algunos de los pasos de la coreografía, pero me fue imposible. Esto significa, y lo confieso, que fui ‘a la aventura’ (aunque me dio la sensación, por lo que iba escuchando, que no era el único).

Antes de empezar, nos colocaron en 3 filas, una de fuego, una de centro y otra de hielo, mientras los coreógrafos (Sonsoles, Fátima y Jony) se situaban en las gradas. Belén hizo de Dj y nos “soltó” el mix para que, primero, se nos hiciera una “demostración” de la coreografía, a lo que siguieron 45 minutos (aprox) de intentos por memorizar los movimientos. 

En mi caso, y siendo sincero, no me costó aprenderme la primera de las cinco partes. Fue en la segunda cuando empecé a liarme. A la mitad de la canción ya no sabía si tenía que levantar el/los brazo/s, echarme hacia delante o girar. Miré a la persona de delante, por si podía copiarle, pero resulta que estaba igual de perdida que yo. Solo me consolaba el pensar que era el primer día y que por eso me costaba, que mejoraría en los siguientes ensayos. Y tengo que admitir que fue así… a medias. Cierto es que no pude asistir a un par de ellos, por otros compromisos, pero, poco a poco y según practicaba, iba sintiendo que lo pillaba (aunque seguía habiendo momentos en los que estaba “más perdido que un pulpo en un garaje”). 

El único día que me sentí “Javier Fernández” (pero sin patines) fue el de mi cumpleaños. Nos reunimos, faltando una semana para el desfile, para repasar una coreo que, en ciertas partes, se resistía. Éramos bastantes los que nos distribuimos por el patio del colegio, ya con nuestros partners al lado, para empezar con un ensayo en el que notaba una energía que, sinceramente, no había sentido hasta el momento. No se si era porque estaba de celebración y lo veía todo con más color o porque era así, pero ese día fue… distinto. Acabé agotado, pero feliz. No podía ni con mi alma, pero me daba igual. En ese momento, solo quería sonreír. 

Sprint final

La última semana fue bastante dura. Y no solo para mí, por lo que me han ido contando, también para el resto de participantes y, sobre todo, para los organizadores y coordinadores. Estos últimos, y así lo he constatado, pararon lo justo y necesario para que sus vidas personales siguieran su curso con una cierta normalidad (y no se vinieran abajo). Su dedicación, encomiable, merece una ovación (no me veis, pero ahora mismo estoy levantando y alzando los brazos). Ellos han sido el alma y corazón de este “proyecto” que nos ha convertido, como pude comprobar el último fin de semana, en una familia. 

De un sábado muy ajetreado…

Nada más llegar al gimnasio, se podía respirar la unión de la que os hablaba… entremezclada con un poquito de agobio, eso sí. Algo normal, si tenemos en cuenta que quedaban 24 horas para que arrancase el Carnaval y quedaban cosas por hacer. La imagen era la siguiente: fuera se ponía en marcha la carroza (y se le acoplaba el equipo técnico), dentro se preparaban los adornos que la vestirían. En varias mesas, y con las pistolas de silicona conectadas a los enchufes, eran decenas las personas que fabricaban esos “churritos” (en forma de llama) que, luego, se añadirían a los carteles (con el 48 y el 49 en negro) y otros adornos del vehículo. 

También hubo momentos para el baile (por la mañana y por la tarde). Primero fueron los pequeños, junto a Fátima, y luego los mayores, bajo la batuta de Sonso, los que movieron el cuerpo (y los trajes) al ritmo de la música. Se practicó en “interior” y, cuando dejó el tiempo, en “exterior” (ya a última hora), tratando de pulir lo que no terminaba de salir. En mi opinión, salvo el último baile, el resto ya lo dominábamos. Al menos, en mi caso, era así. 

A las siete de la tarde, y con el cuerpo ya cansado, partimos a casa. Había que dejar que se repusiese, ya que iba a darlo todo al día siguiente.

…a un domingo de celebración

No se si fueron los nervios, pero no dormí bien esa noche. Imagino que no fui el único al que le pasó. 

A pesar de ello, cuando la alarma sonó a las 8 de la mañana, estaba con las pilas cargadas. Hoy, y ya con la calma, me he dado cuenta de que era un cocktail de subidón y nervios, con un toque de miedo escénico, pero ese día no era consciente de ello. Solo pensaba en que tenía que levantar a todo el mundo y ponernos en marcha. 

Tras vestirnos y maquillarnos, y ver en el espejo que todo estaba en su sitio, salimos de casa y nos dirigimos al coche. Condujimos a la calle Maestro, en la que aparcamos el coche. Acto seguido, cogimos las alas y la falda y caminamos hacia el lugar en el que estaba la carroza y en el que, aún siendo pocos, ya se respiraba un ligero aroma a fiesta.

Este fue creciendo a medida que llegaba la gente. Cuando ya hubo quórum suficiente, empezamos a movernos. Unos, los chalecos amarillos, recogían los abrigos y/o nos surtían de agua y galletas, otros, los “bailarines”, nos dábamos los últimos retoques al PMT (peinado, maquillaje y traje) y nos colocabamos en un hueco que hubiese (para empezar a ensayar). De hecho, esto último lo hicimos, sin exagerar, durante más de hora y media. Demasiado.

Y es que, teníamos que haber salido, aproximadamente, a las 13:00. No fue así: lo hicimos pasadas las 14:30. Teníamos que haber salido cuando la gente aún poblaba las aceras. No fue así: estaban semi vacías. Teníamos que haber salido y sentido el calor de los leganenses. No fue así: solo quedaban los más agerridos… y los que eran familia. Aún así, lo dimos todo… ¡y un poquito más! 

Y eso que se fue el sol y vino la lluvia y el frío. Y eso que se nos empezaron a deshacer los disfraces (al mío se le salían las varillas). Y eso que se empezó a acelerar el paso a las comparsas y nos tocó correr en lugar de bailar. Y eso que, como se ha dicho previamente, se habían semivaciado las calles y pocos fueron los que nos aplaudieron. No nos importó. ¡Show must go on! Y nosotros estuvimos a la altura.

Cerca de las 15:30 llegamos al final del recorrido. Entre abrazos y sonrisas, nos hicimos una foto que inmortalizase el momento y, acto seguido, pusimos rumbo al restaurante que, hacía ya media hora, nos esperaba con los fogones en marcha.

Mucho esfuerzo y poco premio 

A las 18:00, y tras la chirigota, empezó la entrega de premios. Comandada por Dj Pulpo y ambientada con los hits del momento, en ella se anunciaron, entre otros, los galardones a mejor comparsa infantil y juvenil (fuimos los décimos) y a mejor carroza (ocupamos el octavo puesto). Unas posiciones que no reflejaron el trabajo y el esfuerzo de los carnavaleros del Quevedo, pero que los animó (y anima) a seguir trabajando para sorprender el próximo año.

A mi yo del año que viene

Sé que recuerdas lo que pasó el año pasado. No has olvidado, ni lo harás, el 11 de febrero de 2024. Y será así porque lo pasaste tan bien…

Pero no todo fueron luces. Hubo sombras. Momentos en los que el miedo a no hacerlo bien y el agobio por no avanzar (y en ocasiones estancarte) se adueñaron de ti y te llevaron a pensar en abandonar (en más ocasiones de las que puedes contar con los dedos de las manos). Pero resististe. Y fue lo mejor que pudiste hacer ya que, gracias a eso, disfrutaste de esta maravillosa experiencia. 

Y lo pudiste hacer, en gran medida, gracias al trabajo del AMPA (desde la directiva, con Belén al mando, a la comisión de festejos, magníficamente llevada por Jorge), de Cristina, Rosa, Fátima, Jony o Sonsoles, de los chalecos amarillos (ayudando a todo aquel que les necesitaba), de los conductores (al mando de las carrozas) y de un pequeño (en número que no en espíritu y corazón) grupo de personas que la acompañaron y permitieron que, un año más, el Quevedo estuviese representado, y de qué manera, en el Carnaval. 

Ahora… ¡a por el 2025!